Dicen,que,cuando exhalamos el último suspiro,nuestro cuerpo físico queda 21 gramos más ligero, el peso de nuestro alma.
Para unos,está situada en la intrincada red de nuestros neurotransmisores;otros dicen, que es una chispa divina que crea Dios para gestar nuestra persona.
Para unos, se desvanece cuando morimos;para otros se encamina al cielo o al infierno, dependiendo de cómo haya transcurrido su vida terrenal y otros simplemente dicen que no existe.
Yo hoy he llegado a la conclusión que para mi existe, y me infunde cada día el ansia de vida necesaria para que no se me escape sin darme cuenta.También he concluido que,con cada dolor que se sufre,con cada desdicha y pesadumbre que vivimos,esos 21 gramos, van disminuyendo poco a poco, como si quitásemos una pequeña pesa del platillo de la balanza que la mantiene, y cada vez fuese más ligera.
También me he preguntado si esa ligereza que va adquiriendo,es la que puede hacer que nuestra vida sea más corta o larga, si nos conduce más lentamente o con más celeridad a nuestro fin, tras quedarse fina como un papel de fumar.
Preguntas y respuestas que han llegado tras la llamada de alguien que me buscaba tras haberse separado física y emocionalmente de todo lo que tenía su alrededor, incluída yo,pero que sabía que pese a todo estaba aquí.
Preguntas que resonaban en mi cabeza cuando sentía el dolor que me transmitian sus palabras, y que en un momento, no sabía si era dolor de alma, de corazón o de ambas cosas a la vez.
Ahora, tengo la certeza, de que, al igual que mi alma se hace cada vez más fina con el sufrimiento, también vuelve a "engordar" y suma capas renovadas, cuando recuerdo una maravillosa sonrisa que me han regalado, oigo la voz de alguién que se había alejado y regresa,o simplemente cuando al despertarme cada día veo una maravillosa luz y doy las gracias por el nuevo día y por los que tengo a mi lado.
Mis 21 gramos, seguirán su viaje aún más allá.